lunes, 4 de junio de 2012

La Nostalgia según Erri de Luca

"Hablo con Rafaniello, hoy tenemos tiempo, no siente nostalgia de su país, pregunto.  Su  país ya no existe, no han quedado ni los vivos ni los muertos, a todos los hicieron desaparecer.  -Lo que siento no es nostalgia sino presencia.  En los pensamientos, o cuando canto, cuando reparo un zapato, siento la presencia de mi país.  Viene a verme a menudo, ahora que ya no tiene lugar propio.  Y en los gritos del aguador que sube con la carreta hasta Motedidio para vender agua sulfurosa en tinajas, también me llegan algunas sílabas de mi país.- Se queda callado un rato, con los clavitos en la boca y la cabeza inclinada sobre una suela.  Ve que sigo a su lado y continúa: -Sentir nostalgia no es echar de menos .  Es tener una presencia, una visita, llegan las personas, pueblos de lejos y te hacen un poco de compañía.- Entonces, don Rafaniè, cuando eche de menos algo, ¿debo pensar que es una presencia? -Sí, de ese modo cada vez cada vez que eches de menos darás la bienvenida, acogerás.- ¿O sea, que cuando usted se haya ido volando no tengo por qué echarlo de menos? -Así es-, dice, -porque cuando pienses en mí yo estaré presente.- Escribo en el rollo esas palabras de Rafaniello que invierten el sentido de la nostalgia y la mejoran. Rafaniello hace con los pensamientos lo mismo que con los zapatos, les da la vuelta en su banco y los repara."

Erri de Luca - Montedidio

martes, 17 de enero de 2012

El Antropólogo Inocente





No sé cuál habrá sido el resultado del estudio que Nigel Barley hizo sobre la tribu de los dowayo en Camerún. Pero estoy seguro que su libro, que es una especie de "tras las cámaras" de esa investigación, tiene una aportación mucho mayor.


En este caso el antropólogo en vez de limitarse a contar las peculiaridades de una tribu perdida en el fin del mundo, cuenta su propia experiencia conviviendo en un país donde el perdido es él. Los desencuentros de las dos culturas resultan generalmente cómicos y casi siempre el que queda peor parado es el "blanco civilizado". Basta con mencionar el momento en que Barley intenta despedirse de un brujo diciendo "Discúlpeme, tengo que guisar un poco de carne" y en realidad por un error de pronunciación dice ""Discúlpeme, tengo que copular con el herrero".


Pero lo realmente genial de este libro es que con cada sonrisa se va cocinando una reflexión mucho más profunda. Al reírnos de la torpeza de un occidental en un pueblo vamos descubriendo que nuestra civilización nos dota de una coraza que entorpece las relaciones genuinas y profundas con los demás.


Nuestra cultura también queda en entredicho cuando vemos como Nigel se rompe la cabeza tratando de entender como funciona el sistema de creencias de los dowayo en el que todo gira en torno a la circuncisión... Sí, has leído bien, a eso mismo. Y al resultarnos chocante que todo un pueblo se organice alrededor de un ritual tan pedestre, uno acaba pensando que posiblemente las creencias de nuestro "mundo desarrollado" vistas desde los ojos de otras culturas puedan ser igualmente fútiles y ridículas.


A pesar de esto el libro no es una concesión a los ecologistas que tanto admiran la vida aborigen, en realidad también acaba dudando que estas tribus sean tan respetuosas con su entorno como nos pintan las películas, y de ese supuesto conocimiento de la naturaleza que, al menos en este caso, acaba siendo más superstición que realidad.


Nigel Barley fue tras el conocimiento científico y en un año acabó descubriendo lo que a muchos les cuesta una vida entera: que solo nos acercamos a la verdad cuando nos reímos de nosotros mismos.

sábado, 29 de octubre de 2011

Y tú ¿Qué es lo que no quieres olvidar?

Hace unos días estuve en una residencia de ancianos. Algunos jugaban cartas, otros mataban el tiempo viendo televisión y otros deambulaban por los pasillos comportándose como niños repitiendo frases sin sentido a quien tuviera un segundo que dedicarles. Quizás la expresión que mejor describía aquello fue la que utilizó la recepcionista cuando me dijo que "En realidad esto es como un colegio".


Sin embargo lo que más me impresionó era que las paredes estaban llenas de papeles, quizás escritos por los mismos usuarios. Todos comenzaban con una frase: "No me gustaría olvidar..." y más abajo, a mano, cada hoja tenía palabras tan contundentes como: "mis nietos", "mi pueblo", "mi mujer"...


Un día podría pasar. Un día tu cerebro podría dejar escapar por un sumidero todos tus recuerdos, y con cada gota tu identidad se desdibujaría como una acuarela mojada. Al fin y al cabo solo somos eso, un montón de experiencias que nos van convirtiendo en lo que somos.


Me pregunto cuál es el último recuerdo que se pierde antes de convertirte en un anciano que solo sonríe cuando le ofrecen plastilina para jugar. Cuál es esa experiencia que te mantiene anclado a tu personalidad y gracias a la cual quienes te aprecian te siguen reconociendo.


En fin, imagina que tuvieras que elegir solo un recuerdo, ese que quisieras preservar hasta el final porque sabes que mientras exista seguirás siendo tú mismo, o simplemente porque encierra ese momento de felicidad que nunca quisieras que se extinguiera ¿Cuál sería?

jueves, 26 de mayo de 2011

5 formas que acabar con un movimiento de indignados que aprendí en Venezuela

Si hay un país por el que han pasado todas las indignaciones y protestas imaginables es Venezuela. En los últimos 10 años hemos visto desde labios cosidos hasta clases de bailoterapia en la autopista. Quizás por eso, aunque comparto las razones del Movimiento 15M, creo hay algo en su espíritu que a veces les acerca al precipicio. Quizás sea una analogía sin sentido y nuestros dos países no se parezcan en nada, pero por si acaso aquí van 5 formas de acabar con un movimiento de indignados que aprendí en Venezuela:

1.- No definir un final de la protesta:
Creer que la protesta puede alargarse indefinidamente y que el tiempo solo puede sumar adeptos y simpatías es producto de la miopía que produce estar rodeado de un montón de gente que corea tus mismas consignas. Sin embargo más allá, al cruzar la esquina hay gente haciendo su vida, llevando a los niños al cole, desayunando al sol o pintando su casa. Poco a poco las protestas prolongadas tienden a difuminarse y se convierten en parte del ambiente. La gente deja de llegar, el ímpetu se va perdiendo y los últimos en enterarse son quienes están en el centro de todo, pues la eufórica multitud les había impedido ver lo que ocurría en sus narices. Las leyendas permanecen cuando se retiran en el punto más alto, cuando acumulan todas las esperanzas y expectativas de sus seguidores, a partir de ese momento comienza el goteo del desencanto. Los venezolanos recuerdan la protesta de La Plaza Altamira de 2002, que pretendía instalarse allí hasta que cayera el gobierno, tardara lo que tardara. El régimen intentó disolverla y hasta aparecieron los energúmenos que a punta de pistola trataron de borrarla del mapa. Sin embargo pronto descubrieron que lo mejor era ignorarla y dejar que poco a poco se desinflara como un globo, como efectivamente ocurrió. Parar a tiempo no es necesariamente renunciar, es conservar fuerzas para la siguiente acción.

2.- “Quiero protestar, pero no me interesa la política”
Tienes razón, muchos de los políticos que tenemos son mediocres, ineptos y oportunistas. Pero lo mires como lo mires al final la única forma de participar activamente en los modos de dirigir al país es a través de una política bien entendida. Si crees que el movimiento popular es lo suficientemente ordenado y justo para sustituir a un gobierno, te espera una desagradable sorpresa. Al final la única manera de organizar a las personas es alrededor de una estructura que, la llames como la llames, tendrá mucho de política. Así que si vas a ser parte del cambio, asúmelo: estás haciendo política y mientras antes te enfrentes a los demonios que acompañan esta idea más posibilidades tienes de hacer las cosas de un modo diferente al de tus antecesores. Si te vas meter en esto, tienes que estar dispuesto a entender y quizás a hacer política.

3.- Convocar a la abstención:
En honor a la verdad la abstención no ha sido una bandera de los “indignados”, pero sí la de una buena parte de los que se les han sumado. Parece una fórmula lógica: no nos gustan los políticos que tenemos, por tanto no votamos. Pero el resultado es fácilmente previsible. En Venezuela la oposición, en un intento de deslegitimar al gobierno convocó a la abstención para las elecciones parlamentarias de 2005 y logró que prácticamente nadie votara por sus candidatos. La oposición se frotaba las manos imaginando a la opinión internacional dudando del gobierno porque no habían tenido contendientes ¿Qué ocurrió? Que ganaron los otros y gobernaron con aplastante mayoría por cinco años bajo la bendición de otros países pues solo hay pruebas de la opinión de quienes votantes, los que no, simplemente no cuentan. Es legítimo estar hartos de los políticos; pero no tiene mucho sentido ir en contra del único mecanismo que nos permite aunque sea una tentativa de cambiar lo que hay. Es como ser un buzo y tapar el snorkel con tu propio dedo pensando que así saldrás del agua. Muchas cosas pueden cambiar, incluso la ley electoral, pero al final en el mundo justo que deseas el voto seguirá siendo un mecanismo legítimo de decisión consensuada.

4.- Criticar a los medios pero seguir creyendo en ellos.
El impacto en los medios de comunicación es uno de los principales catalizadores de los efectos de las protestas. Que los medios traten tus reivindicaciones con complacencia o simpatía sumará voluntades y si las demoniza, pueden servir para confirmar tus argumentos y dignificarte. El juego con los medios seduce y aprovecharlos como herramientas es casi indispensable, sin embargo conviene preguntarse quién es la herramienta de quién. Muchas protestas comienzan espontáneamente y acaban siguiendo la agenda que les dictan la TV o, en este caso, miles de tuiteros que opinan desde su casa, lo cual no necesariamente representa lo que ocurre en el foco de la protesta. En Venezuela los medios estaban claramente situados a favor de los opositores y se convirtieron en una caja de resonancia que magnificaba un mensaje que solo escuchaban quienes participaban y era hueco para quienes no lo hacían. Apoyaron activamente las propuestas que les interesaban y obviaron las que no. Al final los opositores se estrellaron con sus propias decisiones y, al ver el desastre, los medios (salvo alguna excepción) se encogieron de hombros y salvaron su responsabilidad argumentando que todo el tiempo se habían limitado a informar y a respetar la libertad de expresión, algo por otro lado comprensible como mecanismo de supervivencia en un país en el que clausuran canales de TV y emisoras de radio por su tendencia política.

5.- No asumir tu responsabilidad en el origen del problema:
Nadie protestaba cuando los bancos daban crédito, nadie preguntaba de dónde salía el dinero. Nadie pensaba que los políticos eran responsables también de esa época en la que la economía española parecía un granero del que todos podían pillar. Muchos de los que ahora se conformarían con poder pagar un alquiler, hace tres años pensaban en hipotecarse por el mayor importe posible y hasta tener una segunda casa “como inversión”, por supuesto rellena de electrodomésticos. Olvidar nuestra responsabilidad tiene la agradable ventaja de que nos libra de culpas pero hace cuestionables nuestras pretensiones y nos predispone a repetir los mismos errores. Los españoles muchas veces no entienden por qué la oposición venezolana no logra juntar suficientes votos para llegar al poder, y una de las razones es que parecieran no haberse dado cuenta de que el país en el que vivían ha cambiado, que las reglas son otras, y eso significa que muchos de los privilegios que antes obtuvieron fácilmente se han perdido o, en el mejor de los casos, tienen que ser repartidos con mayor equidad. Por supuesto que todos queremos, y muchos merecen vivir mejor, pero no todos saben diferenciar entre derechos y privilegios. Quizás habría que pensar en hacer un par de pancartas que digan: “Yo también hinché la burbuja inmobiliaria, pero ya aprendí. Los políticos y los bancos no”

miércoles, 7 de abril de 2010

Para escribir en el álbum de un tirano

Protégete de los vacilantes,
porque un día sabrán lo que no quieren.
Protégete de los balbucientes,
de Juan-el-gago, Pedro-el-mudo,
porque descubrirán un día su voz fuerte.
Protégete de los tímidos y los apabullados,
porque un día dejarán de ponerse en pie cuando entres.

Heberto Padilla

martes, 12 de enero de 2010

Si lo pruebas, lo compras

¿Le gusta el aroma? Hemos pulverizado en su edificio para que conozca nuestro "Purificador ambiental Nº 1"
Un sistema de promoción definitivamente llamativo que no deja a nadie indiferente. Sin embargo una campaña de marketing es mucho más que llamar la atención

lunes, 27 de julio de 2009

Día de la marmota


En teoría sólo faltan cinco días para mis vacaciones. Pero la espera se está haciendo insoportable. Llevo tanto tiempo esperándolas que pareciera que corren en la misma dirección del tiempo. Que cada día que pasa siguen faltando los mismos días que el día anterior. Como aquella película en la que Bill Murray, en un bucle interminable, despertaba todos los días a la misma hora y en la misma fecha. Hoy faltan cinco días, pero mañana, camino al trabajo descubriré que faltan cinco días, y volveré a tener esta desesperante sensación de que ayer y anteayer y la semana pasada, también faltaban cinco...